Un amor rosa
- Blanca Rosa Reynoso
- 4 oct 2020
- 2 Min. de lectura
Estoy desayunando en la cama y me doy cuenta de la realidad al verlo: está dispuesto a complacerme, a desplegar amor en cada uno de sus movimientos, que me parecen un sueño. Retrocedo dos semanas atrás: estaba sentada tomando una lágrima, cuando lo vi aparecer subiendo las escaleras del subte. Caminando tan despreocupado como si el mundo no existiera. Subió la mirada hacia donde yo estaba y me miró, quedándose detenido por unos instantes. Abrió sus labios con una sonrisa impecable, sus dientes me atraían hacia su boca. Entró al bar y sin mediar nada se acercó a mi mesa y me pidió permiso para sentarse, de cualquier manera le dije que sí, y se quedó mirándome sin decir una palabra,
Vino el mozo y este compañero pidió un cortado, ahí se presentó: Antonio. Vivía en Flores y estaba en el Centro porque iba todos los dias para distraerse. Yo dije mi nombre seguido de Chacarita, y que estaba allí por unos papeles que tenía que presentar en el banco.
Nuestra conversación duró más de tres horas, de ella surgió la idea de cita del día siguiente: encontrarnos en Plaza Congreso. Caminamos mucho y hablamos, más el gesto de tomarnos de las manos fue espontaneo, y era como si nos conociéramos desde hace muchos años. Yo mido un metro sesenta y ocho y él me superaba por lo menos dos cabezas. Vestía elegante, muy bien puesto, pero por todos sus atributos se destacaba su simpatía.
Nos contamos sobre nuestras vidas cada vez que nos encontrábamos y fue creciendo un sentimiento muy sincero entre ambos, todo parecía un sueño. La noche anterior me dijo que lo visitara en su casa, cuya invitación acepté. Cuando llegué estaba como si caminara sobre en un lecho de rosas, sobre una nube.
Me abrió la puerta con su sonrisa impecable, había preparado una mesa con velas, rosas y copas, en las cuales sirvió vino espumante rosado (como a mí me gusta) y comimos un buen plato de pastas, que él mismo había preparado. Así, entre charlas, me fue llevando al dormitorio. Lo primero que sentí fueron sus labios recorriendo todo mi cuerpo. Me decía cosas al oído, las cuales susurraba y hacían que me estremeciera. Luego, sus manos me acariciaban y podía sentir sus dedos como si fueran plumas que me excitaban. Hicimos el amor amor con una pasividad que nos estremecía. Después de eso nos quedamos dormidos, y ahora vuelvo a la realidad con el desayuno: tengo setenta y cuatro años, él setenta y tres, no sé si esto va a durar por la convivencia, lo único que se es que lo que pareció un sueño es una perfecta realidad.

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